jueves, 9 de febrero de 2017

EL PAPEL DE LOS PADRES CUANDO LOS PADRES PIERDEN LOS PAPELES (II)

Tal y como señalábamos en la entrada anterior, es bueno como padres mantener una actitud firme de rechazo a la violencia en el deporte en cualquiera de sus formas, empezando por las agresiones y faltas de respeto verbales. Y ello lo podemos conseguir dando diferentes pasos, en función de la gravedad de la situación.

En ocasiones, dar una respuesta al propio agresor en el momento, desde la calma y la firmeza, es suficiente para a que estas actitudes desaparezcan. Por eso es importante prepararnos para intervenir en el mismo momento en que ocurren estos incidentes. Es bueno que demos una respuesta directa; no hablamos de repeler la agresión con otra agresión en forma de insulto o falta de respeto, porque eso reforzaría su actuación y nos convertiría a nosotros también en agresores. Pero no vale quedarse callados, porque esto acaba generando en los chicos y chicas una sensación de indefensión; ellos no tienen recursos por sí mismos para afrontar este tipo de conflictos “de adultos” y su figura de referencia le está enviando un mensaje de pasividad. Resultado en la mente del chico o chica: no queda otra que callarse y aguantar el chaparrón.

Por contra en ocasiones los niños y jóvenes reaccionan con un efecto pendular: pasan del extremo de la indefensión ya comentada al de la agresión, que es la respuesta que le está ofreciendo el padre que falta al respeto a los demás repetidamente. Estos son las dos pautas que está observando, y es bueno recordar que los niños aprenden por observación e imitando. Cualquiera de las dos opciones les aleja de los valores deseables que buscamos en el deporte formativo: respeto, convivencia, tolerancia…

¿Cómo salimos de este bucle para que mi hijo tenga otra visión de cómo resolver los conflictos? Actuando desde un rol asertivo; es decir, mostrando nuestra oposición y rechazo a las actuaciones del padre que insulta y explicándoselo a nuestro hijo, haciéndole ver que no es tolerable y que hay que ponerle límites. Aquí van algunas recomendaciones concretas:

1- Cuando detectamos la primera falta de respeto, nos dirigimos educadamente al padre o madre en cuestión y le pedimos que deje de hacerlo.

2- Si su actitud no cambia, lo pondremos en conocimiento del entrenador al acabar el partido o en los días sucesivos. Siendo discretos y, a la vez, persistentes. Tiene que llegarle el mensaje de que estamos en desacuerdo con esos comportamientos y que no los vamos a permitir en el equipo de nuestro hijo o hija.

3- Si no hay respuesta del entrenador o no hay cambios apreciables en el padre, lo pondremos en conocimiento del responsable técnico del club, a título informativo, y de nuevo pidiendo que actúen para poner límites a este padre.

4- Si la escalada continúa, habrá que poner los hechos en conocimiento de la directiva, apelando al Reglamento del club que previamente debemos conocer. Y si no lo conocemos, hay que solicitarlo, ya que es un derecho que tenemos como padres al formar parte de una institución deportiva.

5- Por último, si las actuaciones anteriores no han tenido efecto, y en función de la gravedad de las faltas de respeto/agresiones, hay que plantearse denunciar estos hechos a las autoridades a través de la Policía Nacional  o la Guardia Civil.

Padres y madres, recordad: con vuestra actuación estáis enviando un mensaje de protección a vuestro hijo y estáis transmitiéndole valores fundamentales para su crecimiento personal: respeto, cooperación, seguridad, amabilidad, diversión, responsabilidad, tolerancia, bondad… Y la lista podría continuar unas líneas más. Son tantas las ventajas de intervenir en estos casos que merece la pena hacerlo. Desde Escuela DCP os animamos a ello.    










miércoles, 1 de febrero de 2017

EL PAPEL DE LOS PADRES CUANDO LOS PADRES PIERDEN LOS PAPELES (I)


Detrás de este rebuscado título se esconde uno de los aspectos con más recovecos y más delicados de abordar en el deporte formativo. ¿Cuál es mi rol como padre o madre cuando observo a mi alrededor a otros padres y madres que insultan al árbitro, a los rivales, al entrenador… es decir, cuando faltan al respeto a los participantes en la actividad deportiva?

En esta primera entrada vamos a encuadrar un caso real que nos dé pie a reflexionar sobre algunas preguntas que es bueno que nos hagamos. En la siguiente entrada haremos hincapié en los pasos que podemos dar y que nos pueden ayudar a gestionar la situación.

Recientemente en Escuela DCP hemos recibido la consulta de un entrenador de base sobre un caso de este tipo: el padre de uno de los jugadores de su equipo reincide, partido tras partido, en dichas faltas de respeto hacia los árbitros, rivales… ¡y hacia los jugadores de su propio equipo! Es decir, son frecuentes los comentarios despectivos hacia los compañeros (y amigos) de su hijo.

Desde el club se están tomando medidas al respecto, y el propio entrenador también ha intervenido para buscar un cambio en la conducta de este padre. El niño se siente mal con dicho comportamiento y su rendimiento se ha resentido bastante; y lo más importante, se siente mal cuando va a los partidos. Sus compañeros (especialmente los que son blanco de las críticas de su padre) perciben una tensión en el ambiente muy poco recomendable para cualquier deportista, y menos aún en edad alevín.

Hasta aquí un caso que, desgraciadamente, se repite más de lo que nos gustaría. Llama la atención que una parte de las salidas de tono de este padre vayan dirigidas a los propios compañeros de su hijo. Pero lo que más llama la atención es otro hecho: la nula respuesta del resto de padres y madres del equipo, aún cuando sus hijos son increpados en ocasiones. Indagando en este aspecto, nos encontramos con que la situación viene de largo y no se limita a la presente temporada. Nos referimos tanto a las actitudes de este padre como a la ausencia de respuesta de los demás.


Ante casos como este, desde Escuela DCP creemos que es fundamental la intervención del club y del propio entrenador, tal y como está ocurriendo. Pero también creemos que hay un factor clave: la respuesta del resto de padres y madres puede tener un efecto aún más potente para reconducir la situación. Generalmente, un padre al que el entrenador o el club le llama la atención suele ver en ellos un enemigo, a alguien que le habla desde otro nivel, que le ataca, y por ello es habitual que responda “a la defensiva”.

Esto mismo podría ocurrir si interviene otro padre o madre, pero en este caso hay otros factores que pueden influir en que este padre sea más receptivo: es una relación de igual a igual, puede haber lazos de amistad previos y, lo más importante, tienen en común a unos hijos que encuentran en el deporte una actividad con la que disfrutan. Por todo ello, es más probable que haya un sentimiento de empatía, algo que no siempre ocurre entre padres y club o entrenador, especialmente cuando las cosas no van bien.

Más allá de este posible efecto, hay otro quizá más importante: ¿qué mensaje quieres transmitir a tu propio hijo? Como padre o madre, somos figuras de referencia y el primer sitio al que miran cuando surge un conflicto. Y muchos niños nos hacen preguntas: ¿por qué ese papá grita tanto en los partidos?  ¿Por qué insulta? ¿Y por qué nadie le dice nada, si a mí siempre me decís que insultar está mal?

Es importante prepararnos para estas preguntas, con la idea de transmitir un mensaje claro: tolerancia cero a actitudes violentas en el deporte, y especialmente en el deporte de nuestros hijos. Ninguna de las respuestas que les demos deben transmitir una mínima justificación a dichas actitudes. Frases como “es que este hombre es así”, “tampoco es para tanto”, “seguro que ha tenido un mal día” o “cualquiera le dice nada” nos convierte en cómplices de comportamientos nada deseables.


Hasta aquí el encuadre del caso y unas primeras orientaciones sobre cómo prepararnos para actuar. Como decíamos al principio, en la siguiente entrada os ofreceremos algunas acciones que, como padres, podéis llevar a la práctica a la hora de intervenir con el fin de proteger a vuestro hijo o hija.

sábado, 17 de diciembre de 2016

FÚTBOL, TECNOLOGÍA Y VALORES


En los últimos días estamos asistiendo a la implantación de nuevas herramientas tecnológicas en el mundo del fútbol, en concreto en el Mundialito de Clubes. No es nuevo en este deporte, pero esta vez parece que supone dar un paso más: los árbitros pueden rectificar una decisión importante tras consultar la repetición de la jugada. Se trata del “videoarbitraje”.
El uso de la tecnología aplicada al arbitraje es ya habitual en otros deportes desde hace bastante tiempo; baloncesto, tenis, rugby o fútbol americano llevan años utilizándola. Pero sí tiene un efecto de novedad en el fútbol, quizá porque hasta ahora los intentos que se habían llevado a cabo no se habían terminado de asentar. Pues bien, de momento no parece que haya demasiado consenso sobre si este fenómeno es bueno o malo para dicho deporte.
A priori, llevamos años escuchando voces que claman por su uso, y de esta forma evitar polémicas e injusticias arbitrales. Y parece sensato pensar que si estos avances existen y facilitan la labor arbitral, ¿por qué no utilizarlos? Además, parece que en otros deportes están funcionando bien…
En estas que la FIFA decide lanzarse a poner en marcha el ya señalado “videoarbitraje” en toda una competición internacional y, ¿qué ocurre? Que a las primeras de cambio, y en cuanto su aplicación afecta a uno de los “grandes” (el Real Madrid) se desata la polémica. Esta vez no por un gol, un penalti o una expulsión, sino por el sistema en sí.
Hasta aquí, normal. Es tecnología nueva, hay errores, imprecisión al usarla, poca coordinación, todo ello ralentiza a veces el juego y genera desconcierto. Parece lógico pensar (y hay quien lo defiende abiertamente) que hay que dar tiempo a que esta tecnología madure y su uso se normalice porque acabará siendo beneficiosa.
Sería también lógico pensar que esta sería la razón principal para criticar el nuevo sistema. Y es una crítica comprensible; la gestión arbitral hasta ahora no está siendo ágil. Pero lo curioso es que esto no es lo que argumentan quienes se posicionan claramente en contra del uso de este sistema; hablamos de jugadores, técnicos, periodistas y aficionados… las críticas de este sector se centran en una: “se pierde la esencia del fútbol”.
¿A qué esencia se refieren? ¿A la de la polémica? ¿A estar hablando día tras día de un penalti no pitado? ¿Al “villarato”? Es cierto que, tímidamente, algún jugador señala a que se pierde ritmo de juego (cosa que no favorece el espectáculo, cierto), pero rápidamente se vuelve a tópicos en la línea de “el fútbol es así y debe seguir siendo así”. Es especialmente vehemente la argumentación, en esta línea, que hacen algunos periodistas deportivos. Y todo ello ha ido generando un ambiente cargado de polémica cuando, ¿no era eso precisamente lo que se quería reducir con el videoarbitraje?
De nuevo resulta curiosa esta dinámica si la comparamos con otros deportes. La implantación en ellos de la tecnología “arbitral” no ha estado exenta de dificultades y de opiniones contrarias, pero a base de constancia y mejoras se ha logrado su integración. En el fútbol americano este aspecto es esencial en el desarrollo del juego; en tenis, el “ojo de halcón” forma parte ya de la estrategia de juego de cada partido, y los jugadores deben estar finos en la toma de decisión sobre cuándo usarlo.
En baloncesto, tras una larga reivindicación, se logró implantar en España; de hecho, hace unos años en la liga ACB la polémica vino porque no todos los partidos se televisaban y en aquellos que no había TV, los árbitros no podían revisar las repeticiones no corregir decisiones. Era un agravio comparativo y la petición era clara: que esté disponible en todos los partidos. Y hoy en día se sigue pidiendo desde aficionados, técnicos, prensa… que se amplíen los tipos de jugadas en las que se puede utilizar el “instant replay” para rearbitrar, si es necesario.
Hasta aquí los hechos; ahora, la reflexión: cuando hablamos de aplicar las tecnologías al arbitraje, ¿qué valores promovemos? Quizás justicia, un mejor cumplimiento de las reglas, cooperación, flexibilidad, honestidad o responsabilidad. ¿Nos parecen adecuados? Creemos que, rotundamente, sí lo son.
¿O mejor seguir alimentando polémicas que promuevan lo que en Escuela DCP denominamos “antivalores”: injusticia, desequilibrio, violencia, hostilidad, rigidez o falta de respeto por la labor arbitral?
A través de la implantación (o no) del videoarbitraje, el fútbol está ante una gran oportunidad de empezar a cambiar su rumbo en este aspecto. Otros deportes, con mucho esfuerzo, discusiones, constancia y tiempo ya se han puesto manos a la obra.


domingo, 25 de septiembre de 2016

¿SE APRENDE MÁS DE LA DERROTA QUE DE LA VICTORIA?

Con la resaca aún reciente de los Juegos Olímpicos de Río y en pleno arranque de las competiciones deportivas que nos acompañarán hasta el próximo verano, resuena en nuestros oídos uno de los grandes tópicos del mundo del deporte de ayer, de hoy y de siempre. Y vaya por delante una aclaración: “tópico” no significa “falso”; significa que se repite hasta la saciedad. En muchos casos se trata de afirmaciones ciertas, pero en otros se dan por buenas sin que lo sean en realidad.

La propuesta de esta entrada, como indica el título, es reflexionar sobre uno de los más utilizados. ¿Cuántas veces hemos oído esto de que se aprende más del fracaso que del éxito? ¿Qué hay de cierto en ello?

Señalaremos tres aspectos básicos para el aprendizaje:

1- Aspectos neurobiológicos: con el hipocampo como gran protagonista, ya que es la estructura que da sentido a nuestras experiencias. Forma parte del sistema límbico, dentro del llamado “cerebro emocional”, e interviene en procesos tan importantes como la memoria y el propio aprendizaje, siempre en estrecha relación con nuestras emociones; por eso aprendemos mejor aquello que nos emociona. A partir de los 3 años esta área de nuestro cerebro madura lo suficiente como para empezar a almacenar recuerdos a largo plazo.

2- Aspectos psicológicos: capacidades como el autocontrol, la reflexión, la tolerancia a la frustración o al éxito, la toma de decisiones… se ven potenciadas por el desarrollo madurativo natural de nuestro cerebro. Pero haríamos mal en dejarlo todo en manos de dicho desarrollo; son capacidades que se pueden (y se deben) trabajar y que, sin duda, contribuyen decisivamente a que nuestros aprendizajes sean sólidos y a que nuestro cerebro madure a un ritmo óptimo.

3- Aspectos actitudinales/valores: humildad, receptividad, autodisciplina, competitividad, constancia, compromiso, perseverancia, autosuperación, resiliencia… por señalar sólo algunos de los que facilitan nuestros aprendizajes. Los valores son ideales deseables compartidos por la sociedad como aceptables, y nos proporcionan un marco de referencia que guía nuestras actuaciones, que nos hacen mejores.

Por tanto, una vez el cerebro es suficientemente maduro, aprendemos especialmente en situaciones cargadas de emociones, en base a capacidades de nuestra mente y guiados por unos ideales que aceptamos como buenos. ¿Acaso no están presentes estos tres aspectos tanto después de una victoria como de una derrota? 

Sin duda, sí. Sin embargo, no siempre hay espacio para poner el foco en ellos. Ni en el deporte de élite ni, por desgracia, en el de formación. Vivimos en un mundo marcado por la inmediatez, por el titular sensacionalista, donde todo pasa muy rápido y apenas hay tiempo para el análisis. La exigencia inmediata de una nueva competición minimiza el efecto de las emociones que acompañan a éxitos y a decepciones, esfumándose así su influencia sobre el aprendizaje; sin tiempo para sentir no hay espacio para aprender. Y de nuevo, esta dinámica vertiginosa está presente tras la victoria y tras la derrota.

Hay que entrenar a nuestros jóvenes deportistas desde la base para que gestionen la frustración, dejando espacio para que conecten con ella y puedan manejarla, ya que tras esa primera sensación de irritación suele venir un estado más melancólico que facilita la reflexión. No es positivo transmitir la idea de que cuantas menos vueltas se le dé a una derrota, mejor. Meditar sobre las decepciones (sin caer en la obsesión) será un buen combustible para la motivación futura. Tendrá el efecto de la buena madera: arderá despacio y con intensidad. En cambio, si miramos a otro lado para no afrontar los sentimientos negativos, esos troncos arderán rápido, sin dejar brasas. 

Y lo mismo ocurre con los triunfos: para lograrlos hay que hacer las cosas muy bien, tener buenos hábitos, calidad, intensidad, motivación, valores y también muchas circunstancias del juego que han estado a favor. Es necesario analizar qué hemos hecho para que las cosas hayan fluido en nuestro beneficio; la casualidad no suele llevar a las victorias. Ahí está nuestra fortaleza, nuestro método de trabajo, que no nos asegura el triunfo el 100% de las veces, pero sí aumenta nuestras posibilidades de éxito. Sin caer en la autocomplacencia, es muy interesante aplicar la idea que propone el escritor Kurt Vonnegut: cuando seas feliz, presta atención.

Conclusión: en ambos casos es necesario tiempo, paciencia, orientación y dejar que las experiencias dejen el poso que les corresponde. Y con esos ingredientes, tanto en la victoria como en la derrota el aprendizaje será posible. Por tanto, ¿damos por bueno este tópico o podemos ponerlo en cuestión? Nosotros nos inclinamos por lo segundo.

lunes, 30 de mayo de 2016

EL PAPEL DE LOS PADRES Y LAS MADRES EN EL DEPORTE DE FORMACIÓN

El pasado 24 de mayo tuvimos el placer de compartir nuestras reflexiones con los padres y madres del Club de Triatlón Vicálvaro, en una charla organizada en colaboración con dicho club y con Ineo Psicología. Desde aquí, queremos agradecer a ambas entidades el trabajo conjunto llevado a cabo para desarrollar la actividad. Asimismo queremos agradecer a los asistentes su implicación y aportaciones, como siempre muy enriquecedoras para nosotros.




El título de la charla es el que encabeza esta entrada, y en ella abordamos diferentes temas de interés para quienes, de una u otra forma, participamos en la formación deportiva de nuestros jóvenes. Debido a la limitación de tiempo, ofrecimos pinceladas generales acerca de dichos temas, emplazando a los padres y madres asistentes a desarrollarlos más ampliamente en un taller de mayor duración de cara a la próxima temporada.

A modo de conclusiones, queremos compartir con los lectores de nuestro blog algunas de las ideas sobre las que hablamos en la charla:

- Existe una clara necesidad de espacios dirigidos a la orientación de padres y madres en relación a su papel en el deporte de sus hijos e hijas. Escuela DCP, a través de sus acciones formativas, trata de ofrecer dicha orientación.

- La Asociación Española de Pediatría recomienda que niños y adolescentes practiquen actividad física vigorosa una hora al día, cinco días a la semana. Un elevado porcentaje de nuestros jóvenes no las cumple, lo que puede conllevar consecuencias físicas similares a las de la hipertensión, el tabaquismo o la obesidad.

- En categorías de formación, deporte y estudios no sólo pueden, sino que deben ser  compatibles. Nuestro ideal es convertir la actividad deportiva en la segunda prioridad en el escalafón de actividades formativas de nuestros jóvenes, debido a su potencial y a los múltiples beneficios que ofrece a nuestros jóvenes, especialmente en las áreas física, psicológica, cognitiva y social.

- La práctica deportiva va indisolublemente unida al crecimiento personal, a través del desarrollo de valores y capacidades transversales al deporte y a la vida. Este aspecto choca con la ausencia de una legislación deportiva que regule los objetivos, principios y competencias básicas que dicha práctica debe promover.

- El 99,8% de las personas que practican deporte no llegan a dedicarse a él de manera profesional (2 de cada 1000); pero todos son ciudadanos, todos forman parte de la sociedad. Por ello, una gran parte de los esfuerzos de padres y madres, entrenadores y demás figuras vinculadas a la actividad deportiva deben ir orientados a la formación humana de todo deportista.

- En relación con lo anterior, un entorno deportivo adecuado debe promover valores personales aplicables a cualquier ámbito de la vida cotidiana. Y es esencial que dicho contexto esté alineado con los valores y enseñanzas familiares. De lo contrario, el niño o niña puede verse sometido a una presión que perjudique su disfrute.

- El desarrollo de valores como la tolerancia, la convivencia o el respeto por la diversidad nos ayuda, además, a algo tan necesario como erradicar la violencia de los entornos deportivos. Los padres y madres de deportistas tienen un papel fundamental en este terreno.

- Por ello, como padres no es necesario que orientarse hacia la búsqueda de un deporte específico para cada chico o chica; nosotros apostamos por la integración en entornos enriquecedores para ellos, independientemente del deporte que practiquen.

- En ocasiones, el entorno familiar transmite niveles de sobreactivación o de exigencia excesivos. Ello suele conducir a situaciones de “burnout” (“quemarse”) que hacen que el deportista deje de disfrutar del deporte y, bien quiera abandonarlo, bien siga practicándolo bajo niveles de estrés muy perjudiciales.

- Debemos distinguir entre “motivar” y “activar” a nuestros deportistas. Lo primero es un proceso constante que debe darse durante toda la vida deportiva; lo segundo es una acción orientada a mejorar su rendimiento puntualmente (por ejemplo, ante una competición específica).

- Como padres y madres, es fundamental desarrollar la capacidad para motivar, acompañando así a hijos e hijas en la carrera de fondo que es para ellos su actividad deportiva. Recordad: no necesitan otro entrenador que les corrija, sino un padre/madre que les refuerce y motive.

- Por último, hay que recalcar que sin el tesón, esfuerzo y sacrificio de padres y madres, muchos chicos y chicas no practicarían deporte.

Como siempre, esperamos que estas reflexiones compartidas sean de vuestro interés.


miércoles, 16 de marzo de 2016

¿EL HALAGO DEBILITA?

¿Cuántas veces hemos oído frases como “El halago debilita” o “Los abracitos y los besitos no valen para nada. Lo que importa es lo que pasa dentro del campo”… Si estamos un poco al tanto del mundo del deporte, probablemente muchas. Pero, ¿qué tienen de ciertas estas expresiones?

Hablemos brevemente del cerebro. Sabemos que uno de los principales elementos que facilitan el aprendizaje humano es el refuerzo positivo; es decir, si yo recibo una recompensa por hacer algo, se incrementa la probabilidad de que llevemos a cabo esa acción en el futuro. Desde ese punto de vista, y teniendo en cuenta que el halago funciona como un reforzador, no sólo no debilita, sino que potencia nuestras actuaciones.

Hay muchos elementos que pueden resultar reforzantes para una persona: de tipo material (conseguir algo concreto como puede ser un premio, un regalo, dinero, etc.), los que nos llevan a hacer una actividad de nuestro agrado a modo de “celebración” (actividades placenteras como pueden ser realizar un viaje o acudir a un concierto) o los refuerzos sociales (expresiones tipo sonrisas, abrazos, besos o chocar las manos; reconocimiento individual o grupal; expresiones de satisfacción).

El refuerzo social que recibimos cuando realizamos una acción positiva resulta muy estimulante a corto, medio y largo plazo. El cerebro en estas situaciones responde generando placer, y esa respuesta cerebral ayuda a que aprendamos mejor aquello que nos ha llevado a conseguir el refuerzo. Esto ocurre, por ejemplo, cuando estamos practicando deporte y alguien elogia nuestro esfuerzo, nuestra actuación o nos anima a seguir adelante. Todo ello nos resulta placentero, y el cerebro así lo registra.

Muy en relación con este mecanismo cerebral está la motivación de logro, que es el deseo o necesidad de realizar las cosas del mejor modo posible para obtener satisfacción. Es decir, es el tipo de motivación que nos impulsa a hacer las cosas bien por el hecho de hacerlas bien, nada más (y nada menos) y resulta muy potente como motor de nuestras acciones. Tal y como señala David McClelland, el medio ambiente en el que se desenvuelve el sujeto proporciona las bases que permiten (o no) el nacimiento, desarrollo y mantenimiento de dicha motivación.

El logro (un éxito) tiene una consecuencia inmediata: el orgullo, que se puede definir como un sentimiento de satisfacción hacia algo que para nosotros resulta meritorio. Hay pocas sensaciones tan agradables como recibir un reconocimiento por haber hecho algo “bien”. Por eso es tan importante hacer reconocimientos explícitos a los logros de nuestros deportistas, ya seamos padres, madres o entrenadores. Aquí hay que señalar que cuando practicamos deporte hacer algo “bien” no es sólo meter un gol, una canasta o ganar un partido, sino también pulir en el día a día mi técnica de carrera, mejorar un gesto técnico que me acabará llevando a meter canastas, acudir a todos los entrenamientos, ser solidario con los compañeros y respetuoso con el entrenador, respetar las normas, etc. Es decir, para valorar que algo está “bien” no hay que fijarse sólo en la meta (ganar el partido) sino sobre todo en el proceso (qué cosas voy haciendo en el día a día para acabar ganando el partido).

Volviendo al orgullo, se trata de una emoción con mala fama, tal vez injustificada, ya que cuando pensamos en ella normalmente la enfocamos desde la vanidad o la arrogancia; de hecho, estos son los términos que utiliza la Real Academia de la Lengua para definirla. Esta connotación nos lleva con facilidad a un círculo vicioso: hay que evitar el exceso de orgullo. ¿Cómo? Minimizando el reconocimiento de los logros porque si reforzamos en exceso, el orgullo se convierte en vanidad, ésta nos lleva a la autocomplacencia y a la relajación y la conclusión entonces es clara: “el halago debilita”.

Por tanto, trampa número 1: inundar de halagos sin medida a nuestros deportistas. Esta estrategia suele dar lugar a niños y niñas narcisistas, con una autoestima deportiva “inflada” y una imagen de sí mismos distorsionada, que no valoran el esfuerzo como medio para conseguir metas y que, a base de sólo recibir elogios, acaban por no tolerar las críticas o las sugerencias de mejora. Hablamos de deportistas “poco entrenables” en un futuro y en muchos casos con dificultades para adaptarse al funcionamiento de un equipo o para reconocer a sus entrenadores como figuras de autoridad. 

Pero ¡ojo!, porque a veces para no caer en la primera trampa caemos en la trampa número 2: mejor no premiarles cuando hacen las cosas bien y señalarles constantemente lo que han hecho mal “para que no se relajen”, “para que no se lo crean demasiado” o “porque en la vida se van a llevar muchos palos y es mejor que se vayan acostumbrando”. Esto suele dar lugar a niños y niñas desconectados de sus cualidades, con dificultades para reconocer sus logros y que ponen el mérito de lo que hacen en factores externos (la suerte, lo malo que era el rival, “es que he tenido un buen día”). Niños y niñas que, a su vez, tienden a cargar con la responsabilidad de lo que sale mal, a estar muy pendientes de lo que tienen que mejorar y a no fijarse en lo que ya funciona. Niños, en definitiva, que no disfrutan de sus procesos, de lo que aprenden cuando practican un deporte, sino sólo del resultado final, y a veces ni siquiera de eso.

En resumen, el funcionamiento psicológico humano nos dice que estas estrategias no son eficaces a largo plazo. Y no lo son porque (volvemos al principio) el cerebro aprende más y mejor cuando recibe refuerzos. ¿Con eso basta? No; especialmente cuando tratamos con niños y niñas en deporte base, hay que enseñarles también a gestionar esos reconocimientos, a que no se conviertan en trampas que les atrapen en la vanidad y la autocomplacencia. Recibir elogios por aquello que hacemos bien no implica abandonar el esfuerzo y el trabajo diario. Pero con una autoestima bien fortalecida, dicho esfuerzo es mucho más estimulante, eficaz y divertido.

Conclusión: el (mal) halago debilita, la ausencia de halago nos aísla y el halago bien gestionado es el mejor camino para el éxito. 


lunes, 15 de febrero de 2016

DEPORTE, INTELIGENCIA EMOCIONAL Y CRECIMIENTO PERSONAL


¿Alguna vez te has preguntado por qué haces deporte? Y ¿para qué? No es lo mismo; hablamos de causas y consecuencias. Las primeras, en muchas ocasiones, son accidentales: “empecé a jugar al baloncesto porque era alto”. “Pues yo empecé a jugar al tenis porque era en el horario que mejor le venía a mi madre para luego recogerme”. Claro que no siempre es así; hay causas más específicas llenas de lógica: tradición familiar, vocación, cualidades innatas, accesibilidad de uno u otro deporte en el colegio…

En cualquier caso, la “mecha” ya se ha encendido; y es muy difícil apagarla. Nos referimos a ese famoso “gusanillo” que se nos cuela cuando empezamos a hacer deporte y que nos lleva a levantarnos a las 7 de la mañana de un domingo o salir a correr a las 9 de la noche de un martes con 3 grados de temperatura y lloviendo. Sí, hablamos de hechos basados en casos reales; y no, no hablamos de deportistas profesionales, sino de deporte formativo o deporte como actividad de ocio.

Pero, ¿en qué se basa el famoso “gusanillo”? ¿Cuáles son las consecuencias, el “para qué” practicamos deporte? Desde el punto de vista racional es difícil justificar estas conductas; y el caso es que las llevamos a cabo. Por ello, proponemos una pequeña exploración de lo que nos motiva a hacer deporte y después nos mantiene enganchados, centrándonos en tres áreas fundamentales:

1- Área Fisiológica: diversos estudios señalan que la práctica deportiva contribuye a un mayor desarrollo muscular, a mejorar la coordinación motriz y a aumentar la capacidad cardiopulmonar. Asimismo, se ha constatado en practicantes de deporte un mayor nivel de oxigenación cerebral y de desarrollo neuronal. Y en el plano hormonal, practicar ejercicio físico contribuye, entre otras cosas, a generar endorfinas (la “hormona de la felicidad”), sustancias que alivian el dolor y nos inducen estados de euforia.

2- Psicológico: en la misma línea, las investigaciones constatan que la actividad física contribuye a un aumento de la concentración, de la capacidad de organización y mejora nuestra toma de decisiones. Estos factores son especialmente relevantes en niños y adolescentes; en dichas edades el cerebro está viviendo una profunda transformación caracterizada por el desarrollo gradual de la corteza prefrontal, área responsable de los procesos mencionados.

Estos aspectos nos llevan a la necesidad de desterrar un mito en el que incidiremos en otros artículos: en la edad escolar el deporte no distrae de los estudios, sino todo lo contrario, ya que contribuye a mejorar el rendimiento académico. Diferentes estudios señalan que, de la mano de la actividad deportiva, se produce una mejora en el rendimiento cognitivo (capacidad verbal y no verbal), en razonamiento abstracto, capacidad espacial, razonamiento verbal y habilidad numérica.

3- Socio-emocional: a lo largo de nuestra vida surgen necesidades de este tipo que el deporte, a través de sus valores intrínsecos, también contribuye a cubrir. Destacaremos algunas de las más relevantes a nuestro juicio: pertenecer y permanecer en un grupo, desarrollar la identidad personal (autoimagen) e interpersonal (imagen social), ser querido y aceptado por los demás, fidelidad y lealtad, detectar y validar mis emociones (tanto yo mismo como los demás), confiar en uno mismo (autoestima), logro (conseguir las metas que me propongo)…    

Estas necesidades forman parte de los tres escalones superiores de la famosa Pirámide de Maslow: afiliación, reconocimiento y autorrealización. Es decir, aquéllos que resultan esenciales para el crecimiento personal.


Por tanto, con todo lo dicho hasta ahora, nos encontramos con que la práctica deportiva contribuye al desarrollo de seis de los ocho tipos de inteligencia que señala Howard Gardner en su Teoría de las Inteligencias Múltiples: Inteligencias Lingüístico-Verbal, Lógico-Matemática, Visual-Espacial, Corporal-Kinestésica,  Intrapersonal e Interpersonal (éstas dos últimas conforman la base de la Inteligencia Emocional).



Así pues, con todas estas ventajas (y las que no caben en este artículo), ¿quién no se anima a hacer deporte? Porque hacer deporte no es sólo ejercitar el cuerpo, sino también la mente y el espíritu; y ello nos permite desarrollar habilidades para el deporte y para la vida.